jueves, 12 de febrero de 2009

Discusión sobre nuestros orígenes (segunda parte)

A diferencia de muchas de las cosas que solemos hacer, decir, pensar, con las que solemos vivir y hacer nuestra vida del modo como la hacemos todos los días (comer, dormir, cagar, orinar, sudar, reírnos, caminar, etc.), el conocimiento exacto (científico) del mundo parece una quimera, una estrafalaria pretensión que es natural de las grandes cabezas a las que les es posible llegar a las cumbres más altas, como si fueran colosos de rodas, y frente a los cuales, el resto de los mortales, todos los que no somos parte de esa elite que dizque deambula soñolienta y borracha con los más grandes pensamientos, teorías, ideas, retumbando en esas sus grandes cabezas, estamos en un plano inferior de la escala social. La idea más chabacana de esta sublime pretensión, es llegar a concebir que la ciencia sólo se crea por las “luminarias” que desde su cubículo, el laboratorio, o la universidad misma, están debatiéndose a cada momento por desentrañarle las tripas a la famosa realidad real, valga la expresión, para levantar el edificio de la realidad pensada.
Y mientras más complicada sea esa formulación teórica de la realidad real (o realidad realmente existente, dirían algunos), mientras menos la entendamos los simples mortales (por la así llamada “complejidad del conocimiento”) y sólo quede al “libre albedrío” de esa “positiva comunidad de científicos”, es mejor para todos. De otro modo, con los simples mortales participando en el parto del nuevo conocimiento, el mundo perderá su equilibrio actual y la grandeza del individuo estará demasiado gastada para ser objeto del deseo de nuestras miradas. ¡Cualquiera querrá ingresar a esa vitrina donde están a la venta las grandes cabezas de la ciencia! Y eso, por una costumbre que hace de la chabacanería toda una fórmula de pensamiento, bajaría su cotización, al aumentar la oferta.
Ya se sabe, por esa mecánica del pensamiento común y corriente en el capitalismo (eso que llaman el “sentido común”, y que otros dirían ideología, lo que es más propio), que toda oferta crea su propia demanda, pero para ingresar al nuevo mercado se requerirán cada vez más, y cada vez más, especializarse en algo, en una parte, en alguna característica o condición de cierto fenómeno del cual se deberá ser de los pocos privilegiados que lo conozcan, sepan cómo es y de qué modo se encuentra en movimiento. Nace de esta competencia el prurito por la carrera desaforada, sin tapujo alguno, para obtener un lugar, algún hueso (aunque sea académico) o mérito de sabedor de algo.
Lo más vulgar de todo esto es la venta del alma, el oportunismo descarado, la lambisconería sin freno, que muchos practican en las universidades, centros de investigación y demás “recintos del conocimiento”, con tal de obtener un emolumento cualquiera a cambio de perder todo rastro de dignidad, de respeto a sí mismo. Lo más grotesco es la pose de vedette académica, esa estúpida imagen que el llamado científico, el llamado investigador tiene de sí mismo, en donde se imagina que mientras más mamón sea es porque sabe, según él, más.
Discutir sobre nuestros orígenes es algo que tiene muchos planos y enfoques, para expresarlo de un modo mas bien convencional, porque no puede sino mirarse uno mismo dentro de esos nuestros orígenes, tantos como seamos capaces de hurgar, sólo hechos a un lado por una costumbre (práctica) de estarnos analizando a nosotros mismos, tanto como decimos (o lo hacemos de verdad) que analizamos al mundo.
No se trata de una psicología del individuo, sino de una actitud que podría decirse de atrevimiento irreverente por concebirnos como resultados y actores de una realidad real, valga la expresión, que necesita ser estudiada para transformarse, transformándonos a su vez, con todas las consecuencias que eso implica, porque las gentes nunca dejamos de ser gentes, lo cual siempre conlleva problemas, angustias, alegrías y cosas que nos hace ser lo que somos, pero sin olvidar para nada que eso que somos, lo somos porque somos sociales, históricos.
Para decirlo de un modo coloquial, no por eso menos importante dentro de esos nuestros orígenes, somos los únicos seres vivos con aires de grandeza porque nadie (ningún otro ser vivo que conozcamos) nos puede decir lo contrario, al menos hasta el momento, aunque esas pretensiones nos hagan ser, actuar, pensar, vivir con ese signo ridículo, por no decir estúpido, que nos depreda a nosotros mismos, nos mutila hasta el alma, como para sentirnos con el derecho irrenunciable de quedarnos con el sí quiero, sí quiero… pero no puedo, que visto ya en un plano mucho más grandote (para que no nos sintamos tanto con el abigarrado nudo de nuestras aspiraciones) es algo similar, guardando las debidas proporciones y todas las diferencias existentes, al llamado espíritu depredador del capitalismo (digo, porque de algún lugar tomamos lo que tomamos para ser lo que somos), que ya en las actuales circunstancias que lo conocemos, como diría Fidel Castro, sin ser el único, en la entrevista de 100 horas que le hizo Ignacio Ramonet, hace que sus problemas de reproducción (del capitalismo) sean ya problemas de sobrevivencia de la misma humanidad debido al agotamiento de los recursos que hay en la naturaleza, y con los cuales se hace todo lo que conocemos que se hace en y para que funcione el mundo actual, circunstancia que no previó Marx (y que no podría prever, porque no era gurú, chamán, ni tenía bolita mágica para ver el futuro, sino que sólo contaba con el conocimiento del capitalismo existente en su tiempo, a partir del cual extrajo las conclusiones que extrajo) en su obra fundamental EL CAPITAL.
De este modo, según se puede inferir, sobre todo en el capitalismo, por esta razón es de gran verdad el dicho popular, bien dicho por ciento, de que la impunidad del gandalla siempre requiere de unos pendejos a los cuales agandallar. Sólo que en política no hay pendejos, sino que se toma la posición de la clase social con la que identificamos nuestra alma.
La falsedad (falta de verdad o autenticidad) del marxismo-leninismo está en ser una ideología determinada. Digo, falsedad para el “libre albedrío” de esa “positiva comunidad de científicos”, que legitiman de un modo directo o dando un rodeo, el actual estado en que se encuentra la realidad del mundo real, valga la expresión, y que por lo mismo establecen la “legalidad del conocimiento”. La falsedad del marxismo-leninismo es autenticidad (verdad) para otros, para los muertos-de-hambre, para quienes ideología y conocimiento exacto (científico) de la realidad real es una y la misma realidad pensada, que es el marxismo-leninismo, valga la reiteración, porque la ciencia (lo mismo que la ideología), como cualquier cosa que hacemos los seres humanos, es un resultado directo e indirecto de lo que es su ser social-histórico, materialmente determinado (determinismo) por el factor económico, aunque no reducido a una mecánica del fatalismo, de la muerte, de “lo inevitable”, porque entonces no tendría sentido hacer nada (ni lucha democrática, ni revolución, ni ninguna de esas cosas con las que algunos suelen hablar atascándose la boca), sino sólo esperar a ver algún día pasar delante de nosotros el cadáver del capitalismo, del imperialismo (dicho sin grandilocuencia alguna). Esperando que esto suceda “por sí mismo”, desde luego.
Es más, el marxismo-leninismo es lo más alejado a una doctrina o secta, es lo más lejano que hay a un conocimiento osificado, cosificado, positivista, muerto, es, más bien, una herramienta, un método, una concepción (digo, para no decir ciencia, aunque este es el término preciso que corresponde a su significado) de la vida, para la vida, para transformarla, transformándonos al mismo tiempo. El marxismo-leninismo es algo vivo. Por eso cualquiera que lo reivindique (aunque sólo sea en una práctica teórica) siempre recibirá la contra, el rechazo, la repulsa, la descalificación dentro de la sociedad actual, es decir, siempre irá a contra corriente.
Y en medio de todo esto y como el motor que lo mueve todo en la historia (expresado sin aspaviento de grandilocuencia alguna), está la lucha de clases, en la cual nos encontramos inmersos, tomando partido por y en alguno de los bandos, ya sea con conocimiento de causa y efecto (consciencia de lo que estamos haciendo) o de manera no premeditada, no anticipada (prevista), o como quien dice, yendo a lo pendejo nomás como va la borregada. Y aquí sí (en este plano), nos guste o no, cuenta la decisión tomada en los hechos, porque hechos son amores y no buenas intenciones, como dicen bien dicho por ahí.
Discusión 1: La llamada teoría de los factores
El capitalismo que conocemos no es el mismo que conocieron los clásicos del marxismo-leninismo, aunque parezca obvio decirlo. Por eso no puede tomarse “al pie de la letra” lo que ellos dilucidaron, quedándonos sólo en las conclusiones que obtuvieron. El capitalismo no existe puro, como un modo de producción que en sí mismo (sin ningún tipo de mezcla) predomina y domina en el mundo, por lo mismo sus dueños (los capitalistas) no son una clase social que esté inmaculada, exenta de la historia que conocemos, la llamada historia de México, o de cualquier otro lugar del mundo.
Entre el capitalismo en su fase superior (imperialismo) que conoció Lenin y en el que nosotros estamos viviendo media una gran diferencia, no sólo cuantitativa, sino que tiene otras características que deben ser estudiadas. Y es que lo más fácil es tomar tal cual lo que dijo san Lenin, san Engels, san Marx, o cualquier otro icono del santuario, del brete en que han metido al marxismo-leninismo, con eso de que todos los arrepentidos (y aún muchos que no lo son, pero caen en el garlito de la propaganda imperialista) hablan de un “fracaso de la izquierda”, “decadencia del marxismo”, “la mala experiencia del socialismo real”, etc., como si la historia, y la lucha de los muertos-de-hambre, fuera una línea recta y no un proceso hecho por los seres humanos, en donde hay avances y retrocesos, líneas rectas y rodeos, etc.
Por eso, sin lugar a duda, para entender el capitalismo en que “nos toca vivir” debemos recurrir a ese parto constante de lo que hace la humanidad, la historia. Dicho de modo ilustrativo por alguien “con autoridad”:
  • El capitalismo implica competencia. Con el surgimiento de grandes corporaciones y cartels –es decir, con el advenimiento del capitalismo monopolista- esta competencia asumió una nueva dimensión. Se hizo cualitativamente más económico-política y, por tanto, económico-militar. Lo que estaba en juego ya no era el destino de negocios que representaban decenas de miles de libras o cientos de miles de dólares. Ahora lo que estaba comprometido eran los grandes industriales y financieros cuyo capital alcanzaba hasta decenas y cientos de millones. Por consiguiente, los Estados y sus ejércitos se involucraron cada vez más directamente en esa competencia, la cual se convirtió en rivalidad imperialista por egresos destinados a la inversión en nuevos mercados, por acceso a materias primas baratas o raras. El espíritu de destrucción que tenía esta competencia se hizo cada vez más pronunciado en medio de una creciente tendencia hacia la militarización y su reflexión ideológica: la justificación y glorificación de la guerra. Y, por otro lado, el desarrollo de la manufactura, el aumento en la capacidad productiva de las empresas técnicamente más avanzadas, la producción total de las principales potencias industrializadas y especialmente la expansión del capital financiero y el potencial de inversión, cada vez más rebasando las fronteras de los Estados-nación, incluso las más grandes. Esta extensión del capital nacional particular hacia fuera condujo inevitablemente a una precipitada competencia por los recursos, los mercados y el control de las rutas comerciales del exterior, dentro de Europa, pero también –y más espectacularmente- fuera del continente: entre 1876 y 1914 las potencias europeas se las arreglaron para anexarse unos once millones de millas cuadradas de territorio, principalmente en Asia y África.
    Sin embargo la creación de imperios coloniales que siguió a la intromisión del capital internacional, demostró ser sólo una respuesta temporal al problema de la creciente desproporción entre el desarrollo de las fuerzas productivas y la forma política en la cual ese desarrollo había tenido lugar: el Estado-nación. Debido a la pobreza y a las bajas tasas de crecimiento de las colonias, su demanda de artículos manufacturados estaba inherentemente limitada; difícilmente eran un sustituto de los mercados lucrativos establecidos en los mismos países industrializados, cuyo cierre sistemático –debido a las altas tarifas sobre los artículos importados y al capital cada vez más gravado, a fines del siglo XIX– aceleró la tendencia al sometimiento colonial. Al mismo tiempo, el hecho de que el mundo hubiera quedado dividido relativamente más pronto, con particular ventaja para la parte occidental del continente europeo, significaba que las recientes potencias industrializadas (EUA, Alemania, Rusia, Japón) tenían poco espacio para extenderse hacia ultramar. Su prodigioso desarrollo dio como resultado un poderoso desafío a los acuerdos territoriales existentes. Esto afectó al concomitante equilibrio del poder político y económico. El creciente conflicto entre las fuerzas productivas que estaban brotando y las estructuras políticas prevalecientes era cada vez más difícil que quedara contenido en la diplomacia convencional o detenido por escaramuzas militares locales. Las coaliciones de poder que este conflicto provocó tan sólo lo exacerbaron, asegurando que alcanzaría un punto de explosión. El estallido se dio con la Primera Guerra Mundial.
    (El significado de la segunda guerra mundial, Ernest Mandel, Distribuciones Fontamara, México, segunda edición, 2000, pp. 9-10)

A mi modo de ver, no es gratuito expresar (aunque sea de modo mucho muy resumido) que, a lo largo del siglo XX el capitalismo se debatió entre la batalla de las potencias imperialistas y sus dueños: 1) suscitando guerras por el reparto del mundo (las llamadas guerras mundiales), 2) desatando una guerras entre sistemas (capitalismo contra socialismo), en lo que se dio en llamar “el periodo de la guerra fría”, 3) guerreando por mantener el control de colonias y neo-colonias para derrotar las luchas antiimperialistas y de liberación nacional (Asía, África y América Latina), y 4) haciendo la guerra, a través del fascismo, contra los pueblos de Europa para que no tomaran el “mal ejemplo soviético”. Es decir, las potencias imperialistas y sus dueños han guerreado contra quienes son sus enemigos (otras potencias imperialistas, los muertos-de-hambre, etc.), de una u otra manera, en los diferentes momentos, terrenos, circunstancias y formas en que los enfrentaron. Pero ahora parece (apariencia) que ya no tienen contra quien más guerrear, como no sea entre ellos mismos, lo cual tiene implicaciones importantes, a mi modo de ver, porque de algún lugar o por alguna circunstancia debe nacer esa idea del “fracaso” que le asocian al marxismo-leninismo y con todo lo que, “para bien o para mal” ha derivado de su existencia, conlleva de carga ideológica. Y, digo, en apariencia no tienen más enemigo que ellos, porque, según miro, la lucha de los muertos-de-hambre por su emancipación (debido al retroceso que ha tenido, ha tomado rodeos para seguir, lo cual habría que discutir) no es algo que dependa de algunas “luminarias”, sino resultado de lo que los propios muertos-de-hambre decidan hacer o no hacer, pues nadie hará lo que ellos no hagan por y para sí mismos.
El así llamado neoliberalismo (la cuarta guerra mundial, hay quien así le dice) es la administración de la crisis actual. En dicho de otro “con autoridad”, esto quiere decir que en el caso de la crisis de hoy en día

  • Para entender su génesis, conviene abandonar la definición corriente del capitalismo que se suele definir, hoy día, como “neo-liberal globalizado”. Esta calificación es engañosa y oculta lo esencial. El sistema capitalista actual es dominado por un puñado de oligopolios que controlan la toma de decisiones fundamentales en la economía mundial. Unos oligopolios que no sólo son financieros, constituidos por bancos o compañías de seguros, sino que son grupos que actúan en la producción industrial, en los servicios, en los transportes, etc. Su característica principal es su financiarización. Con eso conviene comprender que el centro de gravedad de la decisión económica ha sido transferido de la producción de plusvalía en los sectores productivos hacia la redistribución de provechos ocasionados por los productos derivados de las inversiones financieras. Es una estrategia perseguida deliberadamente no por los bancos sino por los grupos “financiarizados”. Más aún, estos oligopolios no producen provechos, sencillamente se apoderan de una renta de monopolio mediante inversiones financieras.
    Este sistema es sumamente provechoso para los segmentos dominantes del capital. Luego no estamos en presencia de una economía de mercado, como se suele decir, sino de un capitalismo de oligopolios financiarizados. Sin embargo, la huida hacia delante de las inversiones financieras no podía durar eternamente cuando la base productiva sólo crecía con una tasa débil. Eso no resultaba sostenible. De allí la llamada “burbuja financiera” que traduce la lógica del sistema de inversiones financieras. El volumen de las transacciones financieras es del orden de dos mil trillones de dólares cuando la base productiva, el PIB mundial, sólo es de 44 trillones de dólares. Un gigantesco múltiple. Hace treinta años, el volumen relativo de las transacciones financieras no tenía ese tamaño. Esas transacciones se destinaban entonces principalmente a la cobertura de las operaciones directamente exigidas por la producción y por el comercio nacional e internacional. La dimensión financiera de ese sistema de los oligopolios financiarizados era –ya lo dije- el talón de Aquiles del conjunto capitalista. La crisis debía pues estallar por una debacle financiera.
    (¿Debacle financiera, crisis sistémica? Respuestas ilusorias y respuestas necesarias, Samir Amin)

Según lo que entiendo, el fenómeno en sí, la crisis capitalista, estalla, diría Lenin, por el eslabón más débil de la cadena. Habría que discutir (aunque siempre, digo, existe la necesidad de discutir, no importa que sea “sólo con uno mismo” si no hay más, pues de otra manera no se puede avanzar en teoría ni en la práctica), además, por qué es tan frecuente que sólo cuando se trata del capital financiero, se habla de crisis capitalista, mientras que, como repite el texto señalado, cuando se refieren a eso que llaman ahora “la economía real”, se alude a fenómenos que en apariencia se supondría que no son de por sí la crisis capitalista, o sea,


  • Pero no basta con llamar la atención sobre la debacle financiera. Detrás de ella se esboza una crisis de la economía real ya que la actual deriva financiera misma va a asfixiar el desarrollo de la base productiva. Las soluciones aportadas a la crisis financiera sólo pueden desembocar en una crisis de la economía real, esto es una estagnación relativa de la producción y lo que ella va a acarrear: regresión de los ingresos de los trabajadores, aumento del paro laboral, alza de la precariedad y empeoramiento de la pobreza en los países del Sur. En adelante debemos hablar de depresión y ya no de recesión.
    (¿Debacle financiera... loc. cit.)

En fin, a según se infiere, dicho sin la grandilocuencia o petulancia que caracteriza a eso que llaman “la intelectualidad”, reitero: hay tanto por discutir, que hay que seguir discutiendo, aunque “sea sólo con uno mismo” si no hay más remedio.

Discusión 2: La teoría de la retaguardia
Entre lo que es cada quien en sí (lo que hace y su concepción) y lo que representa eso que cada quien es en sí en un contexto determinado, media una diferencia, a veces enorme. De por sí no puede ser lo mismo porque se trata de dos planos diferentes de la vida. La coincidencia entre lo que somos y lo que representamos (o podemos representar), según entiendo, tiene un plano que está en nuestras manos (personal, de cada quien) y un plano que está fuera del alcance de nuestras manos, para expresarlo de un modo más bien poco ortodoxo.
Puede decirse, que “el reto” (“la apuesta”, el quid pro quo, el problema central, o como se le quiera llamar) de lo anterior, reside en averiguar hasta qué punto lo que somos y hacemos es algo que sólo está en nuestras manos, y hasta qué punto está fuera del alcance de nuestras manos. Para saber tal cosa no existe manual, regla, bola de cristal, ni mucho menos alguien o álguienes a quienes se pueda acudir y nos diga “si estamos bien” o si de plano regamos el tepache. Aunque no sea algo a elucidar “de golpe y porrazo”, porque la esencia no llega de madrazo (y en “la apuesta” se corre el riesgo de orinar fuera de la cazuela, como luego se dice), tampoco se trata de algo “imposible de conocer”, como no sea esforzarnos por entender “el momento” que nos toca vivir, así como lo que podemos y decidimos hacer en el contexto de ese “el momento”.
Si no entendemos cuál es, como actúa, de qué modo se mueve (organiza) el “actor social e histórico” (los muertos-de-hambre) con el que, se supone, estamos “de su lado”, el llamado “enemigo a vencer” quedará, más aún, menos identificado.

Ser dirigente (dirigir), ser vanguardia o “aspirar” a ser eso, que quién sabe cómo se coma, no se trata de hacer una declaración de dientes para fuera, ni mucho menos tener “el sentimiento de grandeza” como para querernos sentir más o menos importantes que el resto de los mortales. Colocarse (o “pretender” colocarse) “por encima de los demás” para tener la “pose de dirigente” es similar que hacer declaraciones de dientes para afuera: son dos caras de una misma actitud de soberbia (y ya se sabe, según lo que dice el dicho, que ésta es el orgullo de los pendejos), de individualismo, o en el menos peor de los casos de no tener puestos los pies sobre la tierra, de “no ubicarse”.

Las circunstancias sociales e históricas de “el momento” nos pueden “dar la oportunidad”, y llegar a ser tanto o más “dirigente” (protagonista) que lo que hagamos y nuestra concepción no sea “una más del montón”, sino “un referente” en la lucha de los muertos-de-hambre (digo esto, como se puede constatar en los hechos del hombre, como una posibilidad que hay que considerar aunque no nos toque vivirla). Tener la sensibilidad para captar esto no es algo que se aprenda en alguna escuela, como no sea la de ejercitar siempre el análisis de lo que está pasando en “el momento” para tener “la capacidad de captar” la sutileza, las premisas, las condiciones materiales que preceden a este “el momento”. Por esta razón el llamado practicismo o pragmatismo (el hacer talacha sólo “porque algo se tiene qué hacer”) es la madre de todos los oportunismos, porque no se tiene en cuenta en qué circunstancias se hace lo que se está haciendo (una asamblea, una marcha, alguna discusión, un círculo de estudio, etc) y se termina “haciendo trabajo político” sin perspectiva real de llegar a algún lado. Del mismo modo, recorre igual camino el puritanismo o principismo (defender, aplicar y enarbolar a toda costa “y con la vida misma”, los principios, como si las circunstancias materiales no fueran tan cambiantes), porque es una manera cómoda de tranquilizar la conciencia… para que no nos digan chaqueteros, y de esta manera evitar la responsabilidad, el compromiso y el atrevimiento que tiene hacer un “análisis de la coyuntura”, para entender cómo se pueden llevar a la práctica esos principios que decimos defender.
Según entiendo, sólo llevando hasta sus últimas consecuencias la unión indisoluble que debe haber entre eso que es dado en llamar como teoría y lo que es dado llamar de práctica, sólo ejercitándola, poniendo en práctica esa unión indisoluble, es como el “ser dirigente” puede serlo… aunque nos toque estar en “la retarguardia de los grandes acontecimientos”.
Para poner un ejemplo.


Al terminar de leer una de las últimas entrevista al López-Obrador de pipa y pasamontañas (Corte de caja. Entrevista al Subcomandante Marcos. Entrevista de Laura Castellanos, fotografías de Ricardo; edits. Alterno y Bunker; México, 2008), uno se queda, por lo menos, anonadado (como le pasó a la periodista que hace la entrevista), si no indignado (que fue lo que me pasó). Viendo con calma las cosas, se trata de una claridad apabullante de lo que es la acción del sistema en el alma de los muertos-de-hambre. Digo, suponiendo que por la voz de ese López-Obrador hablen los zapatistas, no se puede sino pensar de inmediato si lo que han hecho esa parte de la bola de muertos-de-hambre que pueblan nuestra tierra vale ese “pasar a la posteridad de la historia”, ser retratado posando para ello y decir, sin tapujos, una serie de conclusiones que cualquiera, con dos dedos de frente, se pregunta si está hablando sólo la persona que está detrás del pasamontañas, el jefe militar del EZLN, la voz de los zapatistas, o quién. ¿Todos a la vez? Y no se trata de curiosidad chismolera o algo parecido, sino de que dirigir (“el dirigente”) implica que lo que él haga no tiene el mismo peso (importancia, trascendencia) que lo que haga “el resto del grupo”, porque por algo, se supone, dicho sin sarcasmo, el que dirige sintetiza en su persona (lo que es y lo que representa) el sentir, la concepción, lo que hace una determinada masa, en este caso una parte de los muertos-de-hambre, en circunstancias materiales específicas.

Y es que por esas conclusiones aludidas se percibe, se capta, se trasluce pues, una determinada concepción ideológica de alguien que se metió a la aventura (empresa que presenta riesgos) de hacer una “guerra de liberación” (“hacer la revolución”), como si se tratara de embarcarse en la aventura de piratas de la selva, esperando trascender con ese “gran acontecimiento”, aunque “en eso le vaya la vida”. Sería largo referirse a todas las cosas que hablan en la entrevista, por lo que se trata aquí sólo la parte de interés relacionada de inmediato con lo se está discutiendo.
La entrevista se puede resumir en una idea: la concepción manejada tiene como sustento el aprovechamiento de una necesidad, que, por lo mismo de que no se sabe quién habla o a título de qué, más bien queda claro que sólo se trata de satisfacer un provecho personal. Digo, se puede pensar que éste es legítimo, lo cual no se discute, pero en todo caso no se trata de estar del “lado de los muertos-de-hambre” en la lucha por su emancipación, sino de sólo utilizarlos, “aprovechándose” de sus circunstancias. Es decir, utilizarlos como un medio para satisfacer su objetivo.
Con el levantamiento de los zapatistas en 1994 y la posterior política que tomaron para buscar una vía civil y pacífica por dónde avanzar -como se dice en la entrevista-, se generó una situación de hecho: los indígenas alzados tomaron (recuperaron) fincas, tierras que eran propiedad de los caciques y que, de acuerdo con la historia, les fueron arrebatadas (robadas, despojadas) en su propiedad original de la comunidad. El quedarse ahí, ya que la “guerra de liberación” duró unos cuántos días, mientras “los tiempos políticos” de la vía civil y pacífica les indicaba el rumbo, implicó que hicieran algo con esas tierras. La recuperación fue su propio encierro. Sobre esta base, como dice la entrevista, han hecho varios intentos para continuar, para defenderse, para sobrevivir. Es decir, de haberse levantado en armas por los 11 puntos de su primera declaración de la selva lacandona, hoy buscan cómo no quedar -de nuevo- sumidos en el olvido. Eso es lo que consiguieron con el levantamiento. Quién sabe si sea mucho, o sea poco.
Lo que llama la atención es la aparente confusión entre haberse levantado en armas y hacer una lucha civil y pacífica. Porque el hecho primero los puso por fuera y en contra del sistema. Mientras que el hecho segundo implicaba aceptar las mismas reglas que el sistema y “los actores de su trama histórica” han establecido.
No es el único elemento que puede discutirse en este caso, pero, a mi parecer, es de la mayor trascendencia, porque define con claridad el camino que han seguido tanto el llamado zapatismo como la autollamada “izquierda social, no parlamentaria” que se identifica con sus posiciones.

Puede decirse que el otro López-Obrador, “el legítimo”, siendo un genuino dirigente popular y burgués, está muy lejos de representar “el espíritu revolucionario” de los muertos-de-hambre. Tan sólo por este hecho ya se justificaría que el otro López-Obrador (con pipa y pasamontañas) y el llamado zapatismo, desconfiaran de él, porque no está “abajo y a la izquierda” como ellos. Mientras que a la bola de muertos-de-hambre de los indígenas que se jodan, si para ello sirven a este objetivo de “trascender en la historia” personifica por el pasamontañas, la máscara sobre la que se puede pensar lo que se nos antoje, como si las personas, los que son y sus representaciones, carecieran de contenido ideológico.
Mientras en el contexto actual del país, la apuesta del López-Obrador con pipa y pasamontañas está dirigida a ocupar un mayor terreno político dentro del sistema para desplazar al otro, al “legítimo”, el sistema capitalista y sus dueños siguen, como siempre, manejando las circunstancias a su antojo, pues han aprehendido eso de que divide y vencerás. Mientras el “legítimo” no dice nada para no dividir, el otro, el de la pipa y el pasamontañas, no deja de repetir una y otra vez que él es el bueno y no el otro. ¿Quién divide y quién une?
Lo que queda claro es que mientras los indígenas muertos-de-hambre están limitados, atados a su tierra, el López-Obrador “ilegítimo” ha ido –política e ideológicamente- retrocediendo, haciéndole el caldo gordo a los dueños del sistema, saboteando el “movimiento de izquierda” porque no lo es lo suficiente -según él- o no lo recibe como se merece, como ha pedido infinidad de veces al sistema, que lo usa según le conviene para que sirva de quinta columna.
Dice el mencionado para definir su concepción:


  • -En este escuchar ¿qué sucede con aquéllos que creen en la vía parlamentaria y electoral? ¿tienen espacio o no en La Otra Campaña? [pregunta de la reportera]
    [responde el subcomandante Marcos] -No los encontramos. No encontramos a nadie que creyera en eso en La Otra Campaña. Casi en el arranque de ésta, en los primeros estados llegaba mucha gente con su pedido. Pensaban que era como en el 2001, cuando fuimos al Distrito Federal a hablar con el presidente durante la Marcha del Color de la Tierra, y nos entregaban el legajo de un problema de tierras o de alguien que estaba preso, pero eran los menos y cada vez fueron menos hasta que desaparecieron. Además falta una pregunta que no se ha hecho del otro lado, porque se insiste mucho acerca del distanciamiento del EZLN con la izquierda institucional. Pero nunca hubo intento de la izquierda institucional por acercarse a nosotros. López Obrado nunca intentó tender un puente con nosotros por una cuestión fundamental: no nos necesitaban. Y siguen pensando que no nos necesitan. La Otra se los está devolviendo: no los necesitamos a ellos. Y el EZLN aporta experiencia. Nosotros no estamos hablando de una utopía, de qué pasaría si prescindiéramos de los partidos políticos. Está como prueba lo que se ha conseguido en las comunidades, lo que se ha conseguido sin políticos profesionales.
    (Corte de caja. Entrevista… loc. cit., pp. 81-82)

Es común entre la así llamada “intelectualidad” (y la burguesía, en sentido más amplio) tender a hacer el análisis de los fenómenos de la historia centrándose en las “grandes personalidades”. Si he tomado el ejemplo de los que llamo los López-Obrador (“el legítimo” y “el ilegítimo”), sólo ha sido porque, a mi modo de ver, permiten ejemplificar de modo más claro las ideas discutidas, partiendo del supuesto de que en ellos, en sus personas, se sintetizar circunstancias, rasgos, características de “el momento” que nos está tocando vivir y de los “actores históricos” involucrados en su trama.

El ser dirigente (dirigir) no es un hecho que caiga del cielo, no es algún rasgo que divida a “los chingones de los pendejos”, ni, mucho menos, “el privilegio de unos cuántos”. Aunque algunos así se lo representen (como en el ejemplo aludido), porque llegar a esta conclusión es más fácil ya que existe el caldo de cultivo apropiado en el mismo sistema. Si cada pueblo tiene el gobierno que se merece, si cada pueblo hace su propia historia, como dicen bien estos dichos populares, ¿cada organización o lucha de los muertos-de-hambre tiene los dirigentes que se merece?. Y los que se supone que “estamos del lado” de los muertos-de-hambre enarbolando el marxismo-leninismo, ¿hemos hecho algo o lo suficiente frente a estas realidades?
Supongo: hay que seguir discutiendo estas cosas… “aunque sea con uno mismo”, si no hay de otra.
9 de febrero de 2009
Israel Octavio Caballero de la Rosa

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