lunes, 23 de febrero de 2009

Discusiones sobre la naturaleza del estado mexicano (Respuesta a la primera parte de la discusión 1)

Según la concepción materialista de la historia, el factor que en última instancia determina la historia es la producción y la reproducción de la vida real. Ni Marx ni yo hemos afirmado nunca más que esto. Si alguien lo tergiversa diciendo que el factor económico es el único determinante, convertirá aquella tesis en una frase vacua, abstracta, absurda. La situación económica es la base, pero los diversos factores de la superestructura que sobre ella se levanta --las formas políticas de la lucha de clases y sus resultados, las Constituciones que, después de ganada una batalla, redacta la clase triunfante, etc., las formas jurídicas, e incluso los reflejos de todas estas luchas reales en el cerebro de los participantes, las teorías políticas, jurídicas, filosóficas, las ideas religiosas y el desarrollo ulterior de éstas hasta convertirlas en un sistema de dogmas-- ejercen también su influencia sobre el curso de las luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su forma. Es un juego mutuo de acciones y reacciones entre todos estos factores, en el que, a través de toda la muchedumbre infinita de casualidades (es decir, de cosas y acaecimientos cuya trabazón interna es tan remota o tan difícil de probar, que podemos considerarla como inexistente, no hacer caso de ella), acaba siempre imponiéndose como necesidad el movimiento económico. (Carta de Engels a Bloch)



(Enunciar que aunque sea hay que discutir con uno mismo despoja de contenido la razón de ser de todo diálogo, debate, interlocución posible y además imprescindible para el conocimiento científico, dice el lema de Espartaco. Así que no nos pongamos autosuficientes, bien sea denotando sarcasmo sobre la falta de respuesta a una posición, pues ese mismo sesgo, también tiene otra cara: la posibilidad de hacer soliloquios marxistas, monólogos discursivos, al fin que no puede haber apelación a la palabra escrita. Mejor discutamos a secas.)

La determinación en la ciencia alude a la posición entre los elementos de un proceso, a la causalidad como origen y explicación; en su otro extremo, apunta al efecto producido. El rejuego de ambos términos de relación dista de linealidad, hay una interacción, o dicho con mayor precisión, una relación dialéctica, donde unas fuerzas imprimen su movimiento e impulso específico al fenómeno en cuestión generando su especial desarrollo al que gobierna. De modo que no se puede dejar suspenso el problema de la génesis que hace viable el surgimiento de cada proceso igualando al mismo nivel todo aquello involucrado en su aparición y decurso. De ahí la pertinencia metodológica de rastrear lo causal. Nunca es pues, mero capricho investigar el por qué algo nace y crece, en función de hallar cómo funciona la contradicción, hacia dónde se dirige tendencialmente. Cada aspecto cobrará su lugar en la totalidad concreta, ya sin visos de caos. Tendrá entonces su lugar el cómo se articulan los elementos en conjunción bajo el horizonte de lo concreto-pensado. Pensemos esto para la naturaleza, pensémoslo también para la sociedad, donde al ser el hombre ese ser social que analiza y se analiza, (esa materia pensándose a sí misma) torna más complicada la objetividad, para empezar.
La garantía sin reclamaciones para no perderse en hacer ideología en lugar de ciencia, en gran parte radica en irrumpir o subvertir lo meramente contemplativo, lo rebuscadamente apologético, a través de la praxis que descorre los disfraces y derrumba las verdades consagradas: sólo a condición de establecer los nexos en su justa conexión.
Ahora bien, precisamente en razón de no darse mecánicamente el movimiento de causa-efecto, es dable seguir precisando por qué la acusación de determinista-economicista-reduccionista hacia el marxismo, es una operación ideológica que de ser desmontada en sus más íntimos mecanismos; eso potenciará el atender a toda la riqueza del materialismo dialéctico.
La imprecación de determinista, funciona en varios sentidos:
La defensa a ultranza de la eternización de las relaciones instituidas por la burguesía, cuya gravitación está en la propiedad privada. El nunca penetrar al corazón del capitalismo, de sus contradicciones, permite maniobrar hacia conceptos etéreos como el de sociedad (de individuos, no de clases que luchan entre sí), de estado (como neutral) y de economía (en la pureza, llena de “agentes” y variables).
Se propone estudiar al mundo como un lugar sin intereses concretos. A final de cuentas, ya no se propone, sino se impone la inmutabilidad del orden vigente, en contraste con la época de la burguesía como clase social revolucionaria, cuando cada hallazgo o aportación a la cosmovisión del ser humano, representaba la transgresión al dominio de la nobleza terrateniente y su despotismo absolutista.
Nombrar utopía al comunismo, lo mismo que a su etapa de transición, es decir, el socialismo, plantea que se trata de algo meramente ideal sin concreción en su esencia material.

Con fines ilustrativos, más que por apelar a la “autoridad” de los autores de la burguesía, veamos cómo no es asunto menor el pretendido determinismo mecanicista y economicista de sus elaboraciones teóricas visto en el ojo ajeno del materialismo histórico. Vaya, incluso mostrando una vertiente de matriz crítica y de cartas progresistas (más proclive al ámbito de la confusión, al hablar lenguaje “marxista”).
“La política ya no es solamente un fenómeno superestructural. Y si la sociedad ya no es ‘autónoma’, es decir, ya no se mantiene, autorregulándose, como una esfera que precede y subyace al Estado —que era lo específicamente nuevo del modo de producción capitalista—, entonces el Estado y la sociedad ya no se encuentran en la relación que la teoría de Marx había definido como una relación entre base y superestructura. Y si esto es así, tampoco es posible desarrollar ya una teoría crítica de la sociedad en la forma exclusiva de una crítica de la economía política. Pues un tipo de análisis, que aísla metódicamente las leyes del movimiento económico de la sociedad, sólo puede pretender captar en sus categorías esenciales el contexto de la vida social cuando la política depende de la base económica y no al revés, cuando a esa base hay que considerarla ya como función de la actividad del Estado y de conflictos que se dirimen en la esfera de la política” (Habermas, Jürgen. Ciencia y técnica como “ideología”. Tecnos, Madrid; pp. 82-83)

No por más refinada y condescendiente con conceptos presuntamente marxistas, esta posición tampoco dista de tratar de confinar al rincón del grosero reduccionismo a la economía política, de modo muy dirigido. El corolario de ello es que la abstracción despoja, no aísla: genera un agujero negro por donde entra y ya no sale la política, al considerarla una función de la base económica. Ergo, debe el análisis científico del propio capitalismo y la técnica en éste agigantada, verse como instancias separadas de lo económico. Donde dice autonomía está diciendo divorcio, separación plena. El mismo estado ha de verse así como fuera de la totalidad concreta de lo social, sin reflejar en ningún átomo, la explotación capitalista. De esa manera, lo superestructural no puede ser objeto de estudio en el materialismo histórico, pues se le ve como reducido a la “base económica”. De ahí en adelante, cualesquiera maniobras especulativas cobrarán lógica en lo formal.

A la par, leemos:
“(…) me parece que existe un cierto punto en común entre la concepción, digamos, jurídica, liberal del poder político que se encuentra en los filósofos del siglo XVIII y la concepción marxista, o en todo caso, una cierta concepción que corrientemente se considera marxista. Este punto común sería lo que llamaré el economicismo en la teoría del poder. (…) En el otro caso -me refiero a la concepción marxista general del poder- esto no es en absoluto evidente; pero en ella hay algo distinto que podría denominarse funcionalidad económica del poder, funcionalidad económica en la medida en que el poder tiene esencialmente el papel de mantener actualmente las relaciones de producción y una dominación de clase que favorece su desarrollo, así como la modalidad específica de la apropiación de la fuerza productiva que lo hacen posible. El poder político encontraría, pues, que en la economía estaría su razón política, histórica de existencia.” (Michel Foucault. Microfísica del poder).

Aquí, la solución teórica a definir el origen del poder, la buscará en otro terreno fuera de la economía: las relaciones de fuerza, la represión, la guerra más allá del sostenimiento de relaciones clasistas en la producción. Ya con la adscripción del marxismo a un economicismo, se favorecerá el impulso por ir más allá de lo económico. El poder será visto como un concepto alejado de contradicciones en torno a la explotación. Nótese una vez más cómo se enfatiza la unívoca direccionalidad (un ir sin retorno) de lo económico a lo político; sacar de la jugada a la dialéctica permitirá eliminar la influencia de lo superstructural en “el curso de las luchas históricas”.
En estas perspectivas, es menester perder el carácter dinámico, cambiante, en desarrollo, de la dialéctica. ¿Qué queda en pie? Toda la carga ideológica de no peligrar pisando las arenas movedizas bajo las cuales se encuentra la producción capitalista.
Siglos antes, alrededor de la revolución industrial, la burguesía y sus pensadores trataron de desmitificar el curso de la historia poniendo en jaque a la apologética feudal como al investigar el valor en la economía política, todavía en el centro de la producción (desde luego sin llegar a fondo, ni resolviendo la naturaleza de la plusvalía). Como también postularon como lo racional al naciente estado burgués -sin la doble moral de negar que era para el apuntalamiento del capital-, sus formas como la república democrática. El vínculo de economía y política para la teoría burguesa, en medio de la lucha social y por el poder, se va disolviendo naturalmente, pues es preciso dibujar los contornos de la mitificación del estado una vez consolidado, ideologizando a mayor escala el conocimiento de lo social con especial ahínco.
Después del pensamiento burgués que pudiera considerarse como clásico, arraigarán con vigor las teorías dirigidas a establecer el control social (positivismo, empirismo, marginalismo, etc.) del estado y de la economía; esto ocurre ya con el abanderamiento del marxismo como teoría revolucionaria de los núcleos más avanzados de la clase obrera y sus partidos políticos: la teoría se vuelve doctrina (con un adjetivo ineludible: antimarxista) desde la primera experiencia de la Comuna de París hasta la revolución bolchevique de 1917 en Rusia.
Así haya sido “una falla de la lucha de los-muertos-de-hambre” el esquematismo (ver la sucesión de cinco modos de producción, ensalzar el factor económico) el ángulo aquí expuesto del problema es el de la castración del potencial analítico y transformador del materialismo dialéctico, por parte de la ideología burguesa en su afluente teórica. Esto pretende arribar a cómo se ha ido constituyendo el estado burgués en México, como la idea original, pero resultará más productivo discutir (y no con uno mismo) lo que vaya surgiendo en el camino.



El Coquis, alias Jorge Álvarez.



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