jueves, 25 de diciembre de 2008

SOBRE LA NATURALEZA DEL ESTADO MEXICANO CONTEMPORÁNEO
[Estas líneas se plantean con el objetivo de hacer discusión sobre los aspectos que son de interés para una organización política de izquierda como Espartaco. Es el inicio de una serie análisis para que los debatamos, pues de algún modo en colectivo habrá que buscarle salir del limbo. El objetivo concreto es poner en la mesa la problemática de cómo caracterizamos al estado en México, entre tantos asuntos más, que parecen obvios.]

El mito del determinismo economicista.
Para los apologistas del capital es natural abrogarse el derecho de fijar los términos de los debates teóricos y las discusiones, desde las simples opiniones periodísticas, hasta los lenguajes de los aparatos partidistas, llegando hasta sus más escarpadas cumbres del pensamiento social en las universidades. Uno de sus sofismas predilectos para arremeter en contra de la praxis revolucionaria (con la plataforma de la dialéctica materialista) es el de postular que el marxismo es un sistema centrado en el reduccionismo de la totalidad social a la estructura económica, simplificando la preponderancia absoluta de un elemento. Este discurso colige de ahí cómo las relaciones, interacciones, nexos establecidos gravitan en torno al factor económico.

Aquí no se trataría de desmontar una a una las piezas de este artificial planteamiento. Sí en cambio, puntualizar la recuperación de la dialéctica para abordar la estructura social en la consideración imprescindible de que:
  1. La conformación de las clases sociales, transcurre en un antagonismo irreconciliable, donde el problema central de la transformación de una etapa a otra, se hace un proceso sí de lucha en lo material, por existir propietarios y no propietarios de medios de producción, cosa que ni los más reputados pensadores de la burguesía ponen en entredicho (justamente por eso, su estrategia es diluir esta contradicción a pretensiones tales como edificar un capitalismo con rostro humano). Esa conflictividad existente se resuelve en un terreno donde los dominados puedan distinguir esa condición de explotación, ya en el plano de la consciencia. Es decir, la organización económica tal como está articulada, se torna un problema político, es decir, el hecho de dejarla en pie o de subvertir sus cimientos hasta desmantelarlos. Sublevaciones, insurrecciones, rebeliones (sea espontáneas), o en un plano superior las revoluciones, son el fenómeno de la lucha por el poder, así las fuerzas se muevan ciegamente, subsumiéndose o protagonizando la oleada de cambios sociales. Esto nos lleva a una conexión irrevocable entre economía y política, entre ideología y política, entre economía e ideología, acotadas a problemas históricos candentes. De ahí la pertinencia de considerar a la guerra como la continuación de la política por otros medios.
  2. En las sociedades clasistas las formas de lucha se libran materialmente alrededor de la disputa por el tiempo trabajo excedente y tiempo de trabajo necesario: implicar en esto un economicismo de enfoque impide penetrar en la superestructura compleja de conformación de ideología, cultura, concepciones políticas, terrenos en donde se asoman las propias relaciones antagónicas de lo social. Aquí la lucha política cobra su lógica -imbricada al edificio social en que se mueve-. El desencadenamiento de las relaciones de fuerza, de las relaciones de poder, asume el papel activo y dinámico, donde se cobra consciencia hasta ciertos niveles (orgánicamente o como masa) de las contradicciones. Consciencia que se revierte al funcionamiento global de la totalidad social (la formación económico-social).
  3. No hay otro centro de disputa, abierto y sin tregua que el propio poder político del estado. La centralidad de su vigencia radica en el gobierno, administrando el excedente y organizando materialmente la fuerza represiva; pero se tejen a su alrededor instituciones donde soportar la dominación, hasta penetrar en todos los poros, tal como si fuese legítimo y consensual su ejercicio: familia, iglesia, escuela, partidos políticos, medios de comunicación; todos reproducen su ideología y recrean desde abajo las propias relaciones de poder.
  4. Se descarta una linealidad del movimiento histórico: la operación de leyes está implicando necesidad, sin equipararla a fatalidad (teleología, destino). Por eso es que el curso de la acción del hombre puede volcar una determinada correlación histórica hasta inclinar la balanza, acelerando la velocidad de los acontecimientos si es descorrido el velo que encubre la soterrada realidad de la dominación, si los dominados se hacen fuerza política. Precisamente sobre la relación individuo-masa, la adquisición de la consciencia torna decisivo el papel individual en los puntos más cruciales de cada coyuntura. Su visibilidad comienza a hacer viable la destrucción del orden dominante (incluso su simple sustitución por otro) por principio de cuentas, al identificar cómo está personificada y organizada su presencia. La precondición es aprehender en la propia consciencia la acción de leyes provocando situaciones originales y peculiares, en donde no hay desenlaces escritos. La escritura de la Historia es la misma praxis.
  5. Defender la propiedad privada es la piedra angular de las clases dominantes, haciendo alianzas con otras fracciones de clases distintas para converger en este principio inapelable. Llámese derecho divino, derechos del hombre o contrato social, resulta herético postular su abolición sobre los medios de producción, como un objetivo dirigido y esencial. Aquí, sobre la clase dominante se revierte su lógica: es su discurso el determinista en lo económico por mitificar la eternidad del capital y de la propiedad. A manera de ejemplo de lo anterior, liberales y fascistas no tienen una diferencia antagónica en torno a este asunto, a no ser cuál sector deba controlar la propiedad y dirigir al estado, sin negar por ello la importancia de los matices en el análisis político de una coyuntura específica o de un largo periodo histórico. La teoría social de la burguesía si algo fundamenta es la continuación infinita de sus relaciones de dominio, en el sentido de defender la propiedad como no-propiedad, por ello cada vez está más ideologizada, pues ya no trata de revolucionar el quehacer científico, sino hacerlo retroceder a ser mera justificación sofisticada o vulgar de intereses. Lo irresoluble de este antagonismo en los actuales marcos, vuelve paradójica la acusación de determinista al marxismo, más aun cuando erige en nítido objetivo político la perpetración de esa hegemonía. ¿De dónde entonces la insistencia en apelar a la estabilidad, la gobernabilidad y la seguridad como fundamentos?


La propaganda individualista como pilar del estado, afina sus métodos de conquista de las mentes machacando el prejuicio de la absoluta originalidad del individuo. La administración de la idiotización es un objetivo estratégico del estado burgués en tiempos donde depreda y expolia, ya que el pastel de la corrupción está siendo cada vez más reducido en su faceta populista.
En la lucha política, bregar por cambios sin distinguir cuáles actores están implicados en la trama histórica, equivale a una lucha periférica de desgaste, sin objetivos claros. El elemento dinámico de cristalización de las fuerzas presentes en la historia, dejado al olvido, es la lucha de clases: pero esta dimana de gente de carne y hueso, con intereses concretos, proyectados en la cabeza con el disfraz de la ideología dominante. Uno de los frentes abiertos por sus representantes libra combate apostándole al divorcio del hombre respecto a los intereses de clase que materialmente le corresponden hasta el grado de buscar disociarlo de todo reducto de comunidad, colectividad y de negarse a verse a sí mismo como ser social.


Así, una militancia en el vacío teórico es la apuesta perfecta a la despolitización y la confusión, que no ve al estado sino como una entidad omnipotente (no inmediata) contra la cual se libra una batalla épica, sin ir más allá de perfilarse una rutina establecida que da para el “día a día” del activista fatigado por no dimensionar las proporciones históricas de una lucha de toda la vida.



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